En segundo lugar, la política monetaria global también se está relajando. Mientras que la Reserva Federal de Estados Unidos se muestra reacia a recortar los tipos, por las posibles repercusiones de los aranceles en la inflación y de los estímulos de la agenda «America First», el resto del mundo ha reaccionado bajando los tipos y, en particular, Japón ha suspendido su ciclo de alzas. Todo ello se ha traducido en unos tipos oficiales muy por debajo de la tasa de crecimiento nominal del PIB mundial. A pesar de las afirmaciones de los bancos centrales en sentido contrario, antes del choque de los aranceles no era tan evidente que la política global fuera restrictiva. Ahora lo es aún menos.
El comportamiento del ahorro es clave para comprender las posibles consecuencias
Esta reacción política está allanando el camino para una mayor inflación estructural.
La agilidad con que abordemos esta situación dependerá de la magnitud del impacto comercial y de incertidumbre en Estados Unidos. Es lícito preguntarse si la Administración de Trump hará tal mella en la confianza que el sector privado aumentará el ahorro de forma preventiva en el futuro. O bien si los esfuerzos para lograr acuerdos comerciales y la reducción de los aranceles restablecerán la confianza lo suficiente como para liberar el gasto retenido. A nuestro parecer, pueden pasar dos cosas:
- Si los consumidores y las empresas responden ahorrando más, cualquier intento de relajación fiscal y monetaria probablemente no sea eficaz. El sector privado se limitará a ahorrar, siendo la consecuencia más factible una recesión global. En tal caso, es de esperar que los inversores se planteen dudas cada vez más serias sobre la solvencia de los estados más endeudados.
- Por otro lado, si, en cambio, la incertidumbre empieza a disiparse en los próximos meses, habrá que prestar atención a los estímulos públicos y a sus consecuencias.
En general, la segunda hipótesis es más probable en este momento, lo que significa que, a medida que disminuya la incertidumbre, coexistirán en el mundo unas cadenas de suministro más caras e ineficientes y unas políticas diseñadas para impulsar la demanda. En este escenario, cabría esperar una reaceleración del crecimiento nominal y un repunte de la inflación, desde los ya elevados niveles actuales, que dejarían desfasadas las políticas monetarias excesivamente laxas de los bancos centrales. Más avanzado el año, el debate sobre los tipos de interés se centraría en intentar predecir cuándo empezarían a revertir los bancos centrales los últimos recortes.
Las políticas de estímulo y un crecimiento nominal sorprendentemente alto pueden parecer positivos. Sin embargo, en última instancia nos llevan a un entorno macroeconómico mucho menos estable, caracterizado por ciclos de expansión y contracción más cortos. Por tanto, es necesario abandonar las medidas actuales. Desde un punto de vista político, no parece probable que esto vaya a suceder en el ámbito fiscal, por lo que les correspondería intervenir a los bancos centrales. De no hacerlo, la inflación alta echaría raíces, los tipos a largo plazo se elevarían y, en definitiva, el ciclo económico se haría mucho más inestable.
En los próximos seis meses tendremos una idea más clara sobre hacia dónde evolucionará la situación. Mientras tanto, creemos que los inversores deben mantener una actitud abierta y estar preparados para cambiar de rumbo y mitigar la incertidumbre.