Aunque es fácil perderse en los vaivenes semanales del mercado y en el flujo constante de titulares, merece la pena detenerse un momento para contemplar el panorama macroeconómico en su conjunto. Desde esta perspectiva más amplia, puede concluirse que nos encontramos en una «zona gris», atrapados entre dos visiones del mundo contradictorias:
- por un lado, la visión dominante en los mercados y en la política, que defiende la necesidad de más estímulos;
- por otro, los datos reales, que apuntan a un ciclo ya maduro, pero aún robusto.
Si bien el relato predominante respalda un elevado crecimiento nominal y, por tanto, los activos de riesgo, esto tiene un coste. Y cuanto más tiempo se prolongue esta situación, mayor será el riesgo de un cambio brusco, a medida que la realidad se imponga y los mercados empiecen a cuestionar el impacto de los estímulos actuales en la sostenibilidad de la deuda pública.
¿Un estímulo excesivo?
Todos los bancos centrales están recortando tipos de interés o se espera que lo hagan a corto plazo. El único debate en el mercado es el «cuándo» y el «cuánto». Además, la mayoría de las principales economías están relajando su política fiscal. Y, sin embargo, como señalábamos en nuestras perspectivas de mitad de año, puede que el mundo no necesite más estímulos en este momento, si tenemos en cuenta lo siguiente:
- Aumento del gasto privado: el gasto nominal del sector privado en los mercados desarrollados crece al mayor ritmo de los últimos 20 años, más allá del repunte anómalo que siguió a la reapertura tras los confinamientos por la pandemia.
- Inflación persistentemente elevada: aunque el crecimiento nominal sigue siendo sólido, gran parte del mismo refleja una inflación alta. De hecho, la tasa de inflación global se sitúa en máximos de los últimos 30 años (excluido el periodo de la pandemia) y no parece que vaya a descender desde niveles tan elevados.
- Empleo en mínimos históricos: la tasa media de paro en las economías desarrolladas continúa cerca de mínimos históricos, lo que indica una capacidad ociosa muy limitada en la economía global. Y, por lo general, esa capacidad ociosa es la que se necesita para estabilizar la inflación.
- Desglobalización: la creciente divergencia con mayores barreras comerciales, la fragmentación de las cadenas de suministro y la reducción de la inmigración son rasgos distintivos de la nueva era económica. Esta reversión de las fuerzas que antes mantenían baja la inflación coincide con el estancamiento de la productividad y con el creciente impacto del rápido envejecimiento demográfico.
¿Podrían la IA y la desregulación actuar como contrapeso?
Sí, sería posible «salvar» al mundo mediante una rápida inversión en IA y un proceso de desregulación, ya que ambos factores tienen potencial para impulsar la productividad y prolongar el ciclo. Existen algunos indicios de que la IA podría mejorar la productividad con rapidez, aunque también es probable que parte del capital destinado se asigne de forma ineficiente o que se sobreestimen las ganancias a corto plazo. Del mismo modo, la desregulación puede impulsar la productividad al eliminar obstáculos innecesarios, pero no debemos ignorar el riesgo de consecuencias no deseadas que, en última instancia, podrían ser negativas para la productividad. Al mismo tiempo, avanzan con fuerza fuerzas opuestas como el envejecimiento demográfico, menor migración y la desglobalización. Es imposible prever con exactitud cuál será el ritmo y el efecto neto de estos factores contrapuestos.
Lo que sí sabemos es que ni la política fiscal ni la monetaria parecen excesivamente restrictivas. De hecho, los tipos de interés a escala global siguen bajando, mientras los gobiernos aplican la mayor política de relajación fiscal —y la más coordinada— desde 2010, cuando el desempleo global duplicaba al actual y la inflación era inferior al 1%.
Bueno para los activos de riesgo, pero solo hasta cierto punto
Aunque los aranceles generan volatilidad macroeconómica, en última instancia representan un choque de crecimiento relativo, con efectos diferenciados entre países y sectores. En un contexto en el que todas las grandes economías relajan sus políticas con mercados laborales aún tensos, es previsible que persista un crecimiento nominal elevado (y con él, una inflación alta), lo que debería favorecer a los activos de riesgo.
Sin embargo, un crecimiento sustentado en la inflación no constituye un entorno Goldilocks (caracterizado por expansión y precios moderados), ya que, tarde o temprano, exigirá una subida de tipos, sobre todo mientras los gobiernos no permitan que la elevada inflación reduzca sus deudas y sigan acumulando déficits. Llegará un momento en que los mercados de renta fija demanden una mayor compensación por estas políticas expansivas. Esto podría implicar, además, que las curvas de tipos sigan acentuándose a partir de ahora.
Preparados para girar el timón
Es muy posible que los mercados salgan de forma brusca de la zona gris en la que se encuentran y presionen al alza los rendimientos de la deuda pública hasta niveles impensables hace apenas unos años, con repercusiones significativas para todos los activos de riesgo. Hoy, los inversores pueden aprovechar el entorno favorable para los activos de riesgo. No obstante, quizá también deban plantearse preparar sus carteras para un escenario muy distinto, optimizando la diversificación y asegurándose de que cuentan con la flexibilidad necesaria para responder a los riesgos y oportunidades que puedan surgir.